"VIVIR CON ALEGRÍA" (Ed. Lumen) | |
Nunca
dejemos que alguien se acerque a nosotros y no se vaya mejor y más
feliz. Si el mundo puede ver la bondad en tu propio rostro, en tu sonrisa,
en tu mirada, estará un poco más cerca de Dios.
Sólo el amor al prójimo es el verdadero Amor, y lo que las Misioneras de la Caridad intentamos hacer, es traducir este amor de Dios en actos. Por eso es necesario conocer a los pobres, porque solo conociéndoles se siente la necesidad de servirlos. Dios ama a los que están en disponibilidad, los que lo necesitan y cuentan con Él para todo. Dios ama a través de nosotros.
¿Qué le pide usted a la gente?: Si sólo fuera obra nuestra, todo esto sería imposible, pero es Él quien trabaja a través de nosotros, en y por los pobres. En el altar vemos cómo el dolor puede convertirse en amor y generosidad. Él sufrió por nosotros, y si nosotros, al sufrir, lo hacemos uniéndonos a Él y por Él, estamos contribuyendo con la redención, al sufrir por amor. ¿Cuál es el objetivo fundamental que persiguió
y persigue vuestra Congregación?: Para ser santo hay que sufrir mucho. Es el sufrimiento el que hace nacer el Amor en el alma. Si uno tiene contacto con el dinero, pierde el contacto con Dios. De pronto, nace el deseo de poseer más y más dinero, y de todo lo que el dinero puede dar: lo superfluo, el lujo, el poder(...) Y Dios ya no tiene lugar en nuestro corazón. Y el resultado es una terrible insatisfacción. La Alegría es fundamental en la vida religiosa, es el signo de la persona generosa. Si las Hermanas no fueran alegres, si no sirvieran a Dios y a los demás con alegría, nuestra vida sería una pura esclavitud. El que tiene a Dios en su corazón, desborda de alegría. La tristeza, el abatimiento, conducen a la pereza y al desgano. Nuestra Alegría es el mejor modo de predicar el cristinanismo. Con sólo elevar la mente a Dios, en una breve plegaria, estamos realizando una hermosa oración, poniendo nuestro día en sus manos, para que Él lo use como mejor le parezca. El silencio de la lengua nos ayuda a hablarle a Dios. Por la oración profundizamos en la fe. Y el fruto de la fe es siempre el amor, como el fruto del amor es el servicio. Y eso es lo que debemos hacer para seguirlo: servir con amor. No debemos temer, porque Él nos irá guiando (...). No perdamos el tiempo mirando nuestras propias miserias, elevémonos en la Luz de Dios y busquemos la manera de hacer las cosas cada vez mejor. Conocerse a sí mismo es muy importante para el amor, porque conocer a Dios trae el amor, y conocernos a nosotros mismos, la humildad. Cristo se convirtió en el Pan de Vida porque comprendió la necesidad, el hambre que teníamos de Dios. Y nosotros debemos comer este Pan y la bondad de su amor para poder compartirlo. Sólo haciéndose uno con ellos, compartiendo sus penurias, podría salvarlos. Y nosotros, debemos ayudar a Jesús a redimir esas carencias, y para ello debemos tomar contacto directo con esas penurias, uniéndonos a ellos y viviendo como ellos, para hacer que Dios esté presente en sus vidas. ¿Es necesario hacer grandes cosas para ser portadores
del amor de Cristo?: María debe ser la fuente de nuestra alegría,
ella, que fue la maestra en el servicio gozoso a los demás. La
alegría era su fuerza, ya que sólo la alegría de
saber que tenía a Jesús en su seno podía hacerla
ir a las montañas para hacer el trabajo de una sierva en casa
de su hermana Isabel. La grandeza de María proviene justamente de su humildad (...) se mantuvo con firmeza junto a la Cruz de su Hijo, y ni siquiera viéndolo morir dejó de confiar en Dios. María es nuestra guía porque, siendo una sencilla mujer como cualquiera de nosotros, es nuestro modelo de santidad, ya que vivió en disponibilidad para Dios e hizo siempre su voluntad. Cumpliendo la voluntad de Dios, diciéndole:- “Hágase en mi según tu palabra”-. De la misma manera hacemos nacer en nosotros cada día a Jesús en nuestro corazón, cuando decimos como María:-“He aquí la esclava del Señor”-. María escuchó al ángel hasta el
final, sin interrumpir y luego dijo:-“Hágase en mi según
has dicho”-. Sólo comprendemos la voluntad de Dios si estamos
en profundo silencio. Nosotras mendigamos, como Jesús, para darle a los hombres la posibilidad de hacer algo por Cristo. No debemos angustiarnos por saber si cumplimos con éxito la misión. Hagamos nuestra parte, que Dios haga la suya. Permanezcamos siempre abiertos al Señor, para que Él pueda hacer uso de nosotros.
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