Las Misioneras de la Caridad
comenzaron con comedores por el centro de Madrid y residiendo en Leganés,
por lo que solicitaron al Ayuntamiento unos locales más cercanos,
ofreciéndoles el entonces alcalde de Madrid, Enrique Tierno,
unos terrenos de propiedad municipal, en la confluencia del Paseo de
la Ermita del Santo con la calle Sepúlveda, donde se construiría
el actual Hogar del Inmaculado Corazón de María, ubicado
en la zona dependiente de la Parroquia de San Bernardo, hoy ya unida
a la de San Fulgencio poco de comenzó con el cuidado de mayores
(hombres y mujeres), el comedor de indigentes y las actividades con
los niños del barrio. Posteriormente se construyó el Pabellón
para enfermos terminales de SIDA, y años después se habilitó
el de mujeres que también padecen esa enfermedad.
El hogar de las Misioneras en Madrid se encuentra situado en terrenos
que pertenecían allá por el siglo a un terrateniente llamado
Iván de Vargas. Este señor tenía contratados los
servicios de un agricultor de nombre Isidro, que trabajando esos terrenos,
llenó con su cotidiano ejemplo, de santidad estos lugares. Allí
ocurrió el famoso milagro de los ángeles cuando alguna
lengua viperina avisó a Iván de Vargas que San Isidro
en vez de trabajar sus tierras se dedicaba a “perder el tiempo”
rezando. Cuando Iván se acercó escondido a sus tierras,
sorprendió a Isidro rezando, pero cual fue su sorpresa al ver
que unos ángeles realizaban la labor de labranza. También
fue notorio aquel milagro en el que Iván le pidió una
calurosa tarde de verano un poco de agua a Isidro y éste contesto
que no tenía, pero que introdujese su bastón en la tierra
y que de allí manaría agua, que dio lugar a un manantial
sitiado en la Ermita en donde se celebran actualmente las fiestas del
15 de mayo en honor al Santo.
Todos hemos hoy hablar de la Madre Teresa de Calcuta y de la Congregación
por ella fundada, pero uno se pregunta, ¿Qué buscan estas
mujeres? Dejemos que una de ellas lo explique que sea una de ellas la
que lo explique:
A qué venimos
aquí?. Venimos por el profundo deseo que tenemos de ser santas...,
aunque no sepamos expresarlo y explicarlo con palabras y no lo diferenciemos
–distingamos- conscientemente en nuestra vida...
La ‘Consagración’ en sí misma significa una
‘Llamada’ a la santidad..., con una u otra forma de vocación
o estilo de vida...
En el ‘Escrito’ del Santo Padre sobre ‘La Consagración’
se puede leer lo siguiente: “Como Cristianos, estamos llamados
desde la Eternidad, en y a través de Cristo, a participar de
la Santidad de Dios...”
Por nosotras mismas solamente no podemos ser santas. Muchas veces hacemos
lo que no queremos, no hacemos bien lo que debemos hacer, no somos fieles,
somos débiles, etc... ¡Nos falta fuerza, luz y sabiduría...!
Aún así, si no fuese por toda la fuerza que Dios nos da...,
seguro que no haríamos todo lo que normalmente hacemos. Antes
de hacer muchas cosas, nos parece imposible o muy difíciles hacerlas...
¡Nos vemos incapaces...! Sin embargo, después de hacer
las cosas, percibimos que el Señor nos ha ayudado extraordinariamente
y hemos sido capaces de hacerlas... ¡Realmente, es Él quien
las ha hecho...! Pues, igual pasa con la santidad... ¡Si no fuese
por Él, por su Gracia y su Ayuda, acabaríamos perdidos
y no conseguiríamos casi nada...
Cuando experimentamos y vivimos que es el Señor el que hace las
cosas..., es cuando empezamos a vivir con Cristo; y entonces si sale
algo bueno, decimos bendito sea Dios... y si sale algo mal, también
lo decimos como una acto de humildad... ¡Así sentimos que
es Cristo quien vive en nosotros...!
Siendo santas, compartimos la Vida de Dios, dentro de la Vida de la
Santísima Trinidad..., con Cristo, por Él y en Él...;
y no hay diferencia entre momentos en la Capilla o fuera de ella...,
todo es una sola y única ‘vida’..., la misma ‘vida’...,
ya que es la Vida de Cristo...
Hay una trascendencia infinita cuando se vive de esa manera..., afecta
a todo lo que vive la Comunidad Cristiana, ya sea en la familia, en
el trabajo, donde se esté viviendo en Comunidad...
La Consagración es identificarse con Cristo para divinizar toda
la vida..., es vivir en Dios...
Al estar creados a imagen y semejanza de Dios..., Dios está en
nosotros mismos aunque no nos demos cuenta... ¡Estamos creados
para ser ‘templos’ Suyos...! Esa es la vocación cristiana.
Depende de nosotros que Dios viva o no en nosotros.
A través de nuestra vocación hacemos visible a Cristo...,
¡Somos Iconos de Cristo...!, ya que –como decía San
Pablo- no somos nosotros los que vivimos en nosotros, sino que es Cristo
quien vive en nosotros... ¡A través de cada uno de nosotros,
Cristo vuelve a caminar en el mundo...!
¡Vivamos en la Trinidad, presentes en la Presencia de Dios...!
Y así, en todo momento de nuestra vida..., siendo conscientes
de ello...
Eso no es fácil por nosotros mismos. Sin embargo, abandonándose
al Señor y luchando por serle fieles y estar disponibles para
Él..., hace que Él Actúe y lo haga fácil
todo... Como decía San Lorenzo: “Ser santo es fácil,
siendo conscientes de ser compañeros con Cristo de todo lo que
vivimos...” ¡Hay que luchar por ello y por ser conscientes...!
“Una vasija resquebrajada o rota permite irradiar hacia fuera
la luz de una vela que se ponga en su interior. Por el contrario, una
vasija entera no permite irradiar la luz que pueda tener dentro...”
¡Hay que ‘romperse’... por dentro, para así
dejar a Dios que ponga su Luz y que la misma salga de nosotros...! ¡Cuando
se está ‘entero’..., no se tiene necesidad de Dios
y no se Le deja que ponga su Luz...!
Cuando una está ‘entera’..., no tiene la necesidad
de depender de Dios; su autosuficiencia aleja a Dios de él...
Sin embargo, cuando una se ‘rompe’ por dentro, eso ayuda
a buscar a Dios y a que Él responda inmediatamente, poniendo
su Luz... ¡Sin la Luz, Fuerza, Gracia y Amor de Dios dentro de
nuestras vasijas ‘rotas’..., no podemos ser santas..., porque
no Le dejamos que nos santifique...!
La soberbia y la autosuficiencia alejan a Dios de nosotras. La humildad
y la debilidad Le atraen. ¡El alma ‘rota’... vuela
hacia Dios, mientras que la ’entera’... camina separándose
de Él...!”.
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